Interludio
Antes de desahuciar, pregunte
por Talita—¡Oiga! ¡Oiga! ¡Que la carpa es mía! ¡¡Señor!! —Disculpe usted, buen hombre. No le escuchaba. —Ya, ya; normal. No pasa nada. —¿Me decía? —Que la carpa es mía. —¿Esto? —Sí, eso. Es una carpa. O tienda de campaña, como más le guste. —Vaya. Menuda confusión. Pensé que era una casa. —Bueno, es un tipo de casa. Para cuando se va de viaje o de excursión. Pero en cualquier caso… es mía. —Claro, faltaría más. Aquí se la dejo donde estaba. Disculpe usted. —Nada, nada. Oiga… ¿le puedo hacer una sugerencia? —Por supuesto. —Antes de llevarse cualquier cosa, fíjese en la capa. —¿De polvo? —No hombre, no. De olvido. Si es muy fina déjela donde está, que hay mucha gente con mala memoria. —Muchas gracias, buen hombre, lo tendré en cuenta. Un consejo útil y además gratuito. Debería haber más hombres como usted. —Hay, hay; sólo hay que escarbar un poco. —Que tenga usted una buena tarde. —Igualmente, vaya por la sombra.
—¡Ah, oiga! ¡¡Señor!! —Dígame, buen hombre. —Los monumentos los dejaría donde están, sea como sea la capa. En general pertenecen a las palomas, un grupo étnico con el que no me metería. —Gracias nuevamente. —Ni falta que hace.