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Talita, la cyborg

Parte III

por Talita

Hoy vengo a hablarles de mi ArchiEnemiga en la Vida Real. No se preocupen, no es una de mis movidas frikis. Mi AEViR, como de ahora en adelante la llamaremos, existe en el planeta tierra tal como lo conocemos y no se llama azúcar, dulces o hidratos de carbono de absorción rápida. La némesis de Talita se llama hipoglucemia. Para el ciudadano de a pie: bajada de azúcar.

Para aclarar de manera requete simple el asunto: el problema de los diabéticos tipo 1 es que nos falta el cosito que regula la energía de nuestro cuerpo. Ese cosito se llama insulina. Como de fábrica no tenemos insulina, nos la tenemos que administrar solos. Lo más complicado del tema es “¿cuánto cosito me pongo?”. Son tantas las variables que hay que tener en cuenta, que a ustedes, simples mortales, les daría un vahído de sólo leerlas. Así que me voy a saltar esa parte (salvo que alguno levante la mano y pregunte) y pasaré a la temática de mi AEViR.

Como, en realidad, los diabéticos tipo 1 somos también simples mortales, nos pasa que a veces metemos la pata y calculamos mal. Entonces pueden pasar dos cosas: que el azúcar suba demasiado o que el azúcar baje demasiado. Ambas son peligrosas, pero la hipoglucemia suele aparecer más seguido porque los valores que hay que mantener tiran a la baja. Por ejemplo (les hablo esta vez de números y les prometo que nunca más): el valor medio de tu azúcar en sangre varía entre 90 y 110. Si llegás a 500 es probable que sigas consciente aunque bastante boludo –es el valor que tenía yo cuando me ingresaron por primera vez–, pero si bajás de 30 puede que no la cuentes. A grandes rasgos pueden ver por donde van los tiros.

Ahora les voy mencionar algunos de los aliados de mi AEViR, sólo para llegar al anecdotario pertinente. El primero: las drogas. Si abusar de las drogas es malo para cualquiera, para mi es peor. El segundo es, créase o no, el ejercicio. Más de lo mismo: ejercicio en exceso, Talita al suelo. Y el tercero, aquello de lo que huyen los madrileños en Agosto: el calor.


Las “drojas” ilegales

Aclaro que mi paso por el camino de la perdición es más bien insulso, no obstante a mí me ha bastado para cortar por lo sano -nunca mejor dicho. Entran en esta categoría pues, el hachís y la marihuana.

La primera experiencia fue el con un porro de hachís mal liado. El resultado de fumarme cachos de piedra casi enteros fue mareos, sudores fríos, ceguera temporal e incapacidad para hablar. No fue todo junto, si no que empezó como una hipoglucemia normal. Los sudores y el temblor en las manos me dieron la pauta para que comiera el azúcar y la barrita de cereales que llevaba en el bolso, pero no fue suficiente. Cuando noté que no mejoraba le avisé a mis amigos, que me acompañaron a sentarme. Los síntomas de la hipoglucemia son muy personales, cada diabético tiene los suyos y con los años incluso van cambiando. Pero cuando perdés la visión o no podés explicar lo que te está pasando, quiere decir que la hipoglucemia pasó de leve a grave. Es importante que la gente que te rodea sepa exactamente qué tiene que hacer en estas situaciones, porque hay quienes piensan que ante una bajada tenés que pincharte más insulina o, como en el caso del bienintencionado mozo que no estaba seguro de darme la Coca cola, que piensan que no podés tomar azúcar porque “es malo para los diabéticos”. De alguna manera convencí al muchacho para que me diera la gaseosa y a partir de entonces ya fue todo cuesta arriba.

Talita on drugs

Tras el cagazo del no-veo-y-no-puedo-hablar no volví a fumar. Hasta el día en que viajé a Amsterdam. Como la gente tiende a seguir al rebaño, le dije a mi compañera de viaje: “nena, no podemos ir a Amsterdam y no ir a un Coffee Shop”, así, con acento medio conche. Una vez ahí, compramos un porro para las dos más un par de jugos por si acaso. Para alguien que por lo general no fuma, sólo basta estar en el local para colocarse, cosa que evidentemente nosotras no sabíamos. Acá no tuve una bajada severa, pero la pasé de todas maneras mal porque mi amiga tenía la presión baja, así que podía descomponerse tanto una como la otra, y porque estábamos en un lugar/país desconocido. Sin contar el dineral que nos gastamos en juguitos, que no hace ninguna gracia cuando se viaja con lo justo.

La tercera y última me pasó de grandota boluda. Fue hace un tiempito ya, tal vez un año. Estaba tomando unas cervezas con amigos y ya iba un poco pedo cuando uno de ellos me ofreció una calada. No me acuerdo si me lo advirtió o no, el caso es que yo no me enteré de que era un porro únicamente de maría. Y encima de la buena. Acá no me quedé ciega ni muda, sin embargo la sensación que tuve era de que me moría, y era muy vívida. Fue un subibaja constante que habrá durado un par de horas en el me sentía en la gloria infinita y a continuación me hundía en los siete infiernos. Una maravilla que me bastó para decir -esta vez en serio- nunca mais.

No tengo amigos diabéticos, así que no sé cuál será la relación que otros tienen con este tipo de drogas. Tal vez con cierto control haya quienes pueden fumar sin pasarlo fatal como me pasa a mí. Como ya dije, la hipoglucemia, así como la diabetes, varía según cada uno.


El alcohol, el ejercicio y el calor

Englobo estas tres en una sola porque juntas y aliadas con mi AEViR son las que casi me hacen espicharla. En solitario, todas me han hecho putadas, aunque ninguna tan grave como para explayarme en ellas.

Pasó hace 3 años en Madrid, en verano. Estaba de visita y ya me había desacostumbrado al calor que suele hacer allí en esas fechas. El día en cuestión fue en realidad simple y bonito. Hicimos un picnic en Rascafría, nadamos, recorrimos el pueblo y terminamos tomando unas cañitas antes de volver. Yo estaba parando en casa de Ale, una amiga a la que ya mencioné en el post anterior. Cuando nos fuimos a dormir me medí el azúcar y estaba un poco baja. En lugar de hacer lo que se debe, esto es: tomar o comer algo dulce y esperar a que el azúcar suba, me tomé unas cuantas tabletas de glucosa y me acosté a dormir. Cuando me desperté, Ale estaba al teléfono con cara de pánico y con una lata de Coca cola en la mano. Me apresuró a que bebiera y cuando se me pasó un poco el abombamiento, me explicó que acababa de estar convulsionando. Tuve la suerte de que estábamos en habitaciones contiguas y de que me escuchó dar golpetazos a la pared, que si no adiós Talita. Estuve hospitalizada un día hasta que me terminé de recuperar y por suerte nunca más me ha vuelto a pasar algo así. Como ya dije, la suma de las cosas fue la que desató el desbarajuste interno: el calor excesivo, el movimiento y el alcohol hicieron que mi azúcar bajara mucho más de lo normal; además del tipo de insulina que usaba en ese entonces, que era mucho más brusca que la bomba de insulina que llevo ahora. Por esa falta de consideración, ese detalle de no prestarle atención a la bajada antes de dormir, es que casi la palmo.

A día de hoy sigo teniendo problemas en los días de extremo calor (en Berlín por suerte no son muchos), pero ahora me manejo con cuidado y no ando haciéndome la loca. No dejé de tomar alcohol, aunque tomo muuuy poco y en contadas ocasiones, y cuando hago ejercicio controlo mi azúcar el doble de veces de lo que normalmente me mido. Suena algo abuelesco, pero así es esta enfermedad: si no se es responsable, no se vive muchos años. Ahora bien, ¿y lo fantástico de planificar un asalto a la farmacia del barrio ante la expectativa de un apocalipsis zombie y verte corriendo como un poseso mientras se te caen los bolis de insulina y las tiras reactivas por la calle? Lo que no te mata te hace más fuerte.