InicioCategoríasSobre mí

Monstruos reales

Trata de blancas

por Talita

Hace un tiempo que pienso y repienso en el caso de Marita Verón. Más allá del horror de la situación en general (la trata, los secuestros, la mafia en la política y los juzgados y un largo etcétera) hay algo que no me puedo sacar de la cabeza: la mitad de los acusados son mujeres. ¡Mujeres! Mujeres que podrían ser o haber sido víctimas de la trata -de hecho creo que una de ellas lo fue-, mujeres que tienen como yo un útero, un par de ovarios y de trompas de Falopio; esos órganos que nos diferencian del hombre y que nos convierten sumado a otras cosas en el sexo débil, las víctimas de este tipo de negocios.

El caso es que pienso en estos seres que contra toda naturaleza se dedican a raptar, vejar, esclavizar y demás verbos del estilo que puedan imaginarse para vivir como reyes; y lo que yo me pregunto es: ¿no existe en esta gente un atisbo de sentimiento, un algo que les cuestione en su fuero interno lo que están haciendo? Ahora mismo estoy leyendo “Crimen y castigo” y la lucha interior por la que atraviesa el pobre Raskolnikov te hacen sentir hasta lástima por él. Eso, pobre Raskolnikov, uno siente empatía. Pero estos de quienes hablo parecen carecer de eso que las personas normales (o las personas como yo, que uno ya empieza a cuestionarse que es lo normal en esta sociedad) tienen: conciencia. Parece como si se hubieran despojado de ella en los años más tempranos de su vida, cosa que tal vez sea cierta pues la manera en la que me han educado a mí tiene que ser rotundamente diferente a la de estos tipos. Supongamos que de chicos los molieron a palos, o que desde siempre lo normal para ellos fuera estar rodeados de gente sometida a sus deseos, o que la única meta que les pusieron entre ceja y ceja es ir detrás del poder a cualquier costo. Pueden existir mil razones, pero yo sigo preguntándome lo mismo: ¿tan pisoteada está esa noción del otro para que actúen de la manera en que lo hacen? Y digo del otro, de aquél que es ajeno a mí, porque como todo el mundo sabe, Hitler quería mucho a su perro. El otro, LA otra; esa mujer que tiene en las entrañas lo mismo que yo y lo mismo que las acusadas.

Algo tiene que haberse perdido en el camino. Y lo más terrible es que eso de lo que carecen, es lo que a mi criterio nos hace personas. Bajo ese razonamiento pues, debería dejar de indagar, ya que la respuesta está clara. Esos seres no son personas. Esas no son mujeres.