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Siete

Parte II

por Talita

Dos


¿Por qué no puede ser? Si yo te siento, te siento acá, al lado mío. No te toco pero te veo ahí, reflejada en ese charco que dejó la lluvia. Te huelo en las hojas y en el pasto húmedo, te respiro todo el tiempo. Estás en mis pulmones, en mi sangre. Corriendo de arriba abajo, en la catarata enloquecida que hace que me despierte cada día y camine y hable y piense.

—¿Y a ésta qué bicho le picó? —preguntó Nené alcanzándole el mate a Juan. El gatito que tenía en la falda olfateó la yerba y salió disparado como alma que lleva el diablo.

—Lo de siempre —contestó Juan.

—Será testaruda —dijo Nené meneando la cabeza.

—Testaruda —repitió Oni anotando la palabra en su libreta—. Te hubiera ido mejor “porfiada” —le dijo a Nené entrecerrando los ojos—. Sí. Nené definitivamente hubiera dicho “porfiada” en lugar de “testaruda”; aunque hay que reconocer que la palabra tiene su mérito.

Nené reflexionó un momento y le dio la razón. —Será porfiada —dijo.

—¿Y Roberto? —le preguntó Juan a Alfredo.

—En la pieza —contestó Alfredo.

—¿Por qué no lo traés? ¿No le gusta el sol?

—Mmmsé —dijo Alfredo—, pero es que si se me escapa acá afuera me cuesta más cacharlo.

—Andá a traerlo, hacé el favor, que con el arreglo que le hicimos a la jaula es imposible que salga —dijo Juan.

Al escuchar la palabra jaula, Oni tuvo una especie de revelación y se puso a escribir a toda velocidad. Escribió sobre la angustia del encierro entre paredes invisibles, sobre la falsa sensación de libertad, sobre la vana necesidad de límites para sentir que se tiene control sobre algo, sobre la impotencia de la insignificancia del ser humano. Cuando Nené le pasó el mate aspiró el vapor que salía de la calabaza y que le entibiaba la nariz. Dio un sorbo, cerró los ojos un momento y al volver a abrirlos escribió con letras grandes: Orgullo de palito y verde. Tachó todo lo que había escrito antes, dibujó un mate con carita y volvió a empezar.

—¿Alguna novedad? —Preguntó Nené en cuanto Alfredo se fue.

—No mucho —respondió Juan—. Tengo el Vademécum que me consiguió mi hermana pero todavía no lo hojeé. Esta noche lo miramos entre los dos, ¿te parece?

—Ay querido, pero sabés que a la noche yo no veo nada —dijo Nené.

—No te preocupes que yo te leo —dijo Juan levantando la vista hacia donde estaba sentada Martita—. ¿Cómo la ves? —dijo señalándola con la cabeza.

—Si sigue intentando entenderse se va a volver loca de verdad —dijo sacándose un pañuelo de la manga y dándoselo a Juan—; andá vos que tenés más empatía.

A veces no te encuentro con los ojos, pero te siento empujar, salirte de mi boca con alguna frase punzante que hace silenciar a todos. Porque ellos también te saben, te reconocen. Y te escuchan. Porque decís y hacés con tino. Ellos, que te no ven, te escuchan. Siempre.

—Empatía —repitió Oni parando de escribir de repente.

—Tenés que concentrarte, nene —le dijo Nené —. A ese ritmo no vas a terminar ni una sola cosa.

—Ni concentrado, ni sincentrado —dijo Oni—. Sin Juan soy incapaz de hilar nada.

—¿Puedo? —preguntó Nené estirando una mano hacia la libretita.

—Intentalo y te la corto —dijo Oni deteniendo automáticamente el amago de Nené.

Sos. Yo sé que sos.